martes, 31 de enero de 2017

Temen ikoots por sus nietos que viven en USA

Alberto López Morales


     JUCHITÁN, Oax.- Miguel y Flavio son hombres duros curtidos por el sol y el viento, pero se les quiebra la voz ante el recuerdo de sus respectivos nietos que viven en California y Pensilvania. “¿Qué pasará con ellos si deportan a sus padres?”, preguntaron en medio de la incertidumbre que ensombrece la vida de los pobladores de San Dionisio del Mar.
     Los tres hijos de Miguel Ramos Gutiérrez, Cecilio, Dioscelis y Arely se fueron hace ocho años a Estados Unidos. Desde entonces trabajan en un vivero de Oxnard, California. Están sin papeles. Dioscelis tiene dos hijos con ella que cursan el nivel básico, uno tiene ocho años y la niña cinco años de edad.
     “Por la noche del sábado, mi hijo Cecilio, el mayor, habló con su hermano Roni, quien hace dos años fue regresado por la migra. Le dijo que todos están bien, pero la mera verdad yo no duermo todas las noches desde que ese Trump anunció que va a correr a los mexicanos de Estados Unidos. Me preocupa el futuro de mis dos nietos”, exclamó.
     Una sonrisa surge en el rostro de don Miguel, ante el recuerdo de sus dos nietos. “Ya vinieron a conocerme el año pasado”, confesó. Entre los dientes aprieta una rama de palma curtida por el sol. Ahora él se dedica a la siembra del maíz y al corte y recolección de leña que vende entre sus vecinos y por las tardes teje la palma hasta darle forma de una cinta de seis metros de largo.
     En San Dionisio del Mar, un municipio de indígenas ikoots distante a unos 300 kilómetros al sureste de la capital oaxaqueña, la migración hacia Norteamérica comenzó a mediados de la década de los 90. No hay un censo de cuántos migrantes hay en California, Carolina del Norte, Pensilvania, Oklahoma y Texas. Aquí, la gente calcula que son como 600 personas.
     La mayoría de los hombres de este poblado de seis mil indígenas ikoots, se dedican a la pesca que año con año languidece. La producción de escamas y camarones disminuye. Otros siembran maíz y cortan leña y una buena parte de hombres, mujeres y niños tejen la palma que es la divisa del mercado doméstico: una cinta, equivale a seis pesos y se trueca por un café de 200 gramos.
     A dos cuadras del barrio conocido como Nikam Lam, que traducido de la lengua ikoot al español significa “al otro lado del río”, está la miscelánea “La Pequeñita”, donde la señora Emedelis Díaz acepta el trueque de cintas por café, huevos, tomates, aceites y azúcar. Emedelis Díaz, es ingeniera en industria alimentaria. No tiene empleo, pero cuida su modesto negocio.   
     No lejos de ahí, está la casa de don Flavio Rojas, un hombre mayor a los 50 años de edad que durante 13 años laboró en el área de ordeña de vacas en un rancho de Pensilvania. Regresó hace dos años de Estados Unidos de Norteamérica, pero allá se quedaron sus hijos Luis Alberto, María Guadalupe y Tomás. Todos están en calidad de indocumentados.
     “Todos se casaron aquí en San Dionisio y se regresaron a Estados Unidos con toda su familia. Allá nacieron los tres hijos de Lupe, los dos de Luis y uno de Tomás. Tengo allá seis nietos, el mayor tiene 13 años y sufro mucho por ellos. “¿Qué pasará con ellos si ese señor Trump los deporta a México? Ellos, mis hijos ya están grandes. Salieron de aquí cuando tenían 17 años, llevan más de 13 allá, acá ya construyeron sus casas, pero mis nietos están pequeños, están estudiando. ¿Los van a separar?”, preguntó con toda la angustia que genera la incertidumbre.
     “Si los regresan a todos ¿qué pasará en el pueblo? ¿Ya vieron cuántas casas nuevas se están construyendo? Nuestros paisanos están trabajando allá en los Estados Unidos y mandan cada quincena el dinero para que los paisanos de aquí trabajen como albañiles y peones en  la construcción de esas casas nuevas. Si los regresan, ya no habrá ni dinero ni chamba para nadie”, explicó preocupado don Flavio.
     La preocupación de Miguel y Flavio es compartida por doña Rosa Inés Estudillo Ramírez. Su esposo Rubén Celaya Díaz lleva ocho años trabajando en la ordeña de vacas en un rancho de Pensilvania. No tiene papeles. Está como indocumentado. “Hoy me habló y me dijo que todos despiertan con cualquier ruido. Creen que la migra va por ellos desde que Trump dijo que los sacará de Estados Unidos.”
   “Sí, también estoy preocupada, porque mi esposo me manda el dinero. Con ese dinero ayudamos a mi hija mayor a terminar su carrera como especialista en intervención educativa. Ya trabaja, pero tengo otra hija que todavía estudia y tengo a mi hijo que tiene problemas de comunicación, pero a la vez, estaré feliz si mi esposo regresa a casa”, señaló Rosa Inés.
     Ella atiende el hogar cuya construcción va ampliando con el dinero que le envía su esposo.
     Muy cerca de ahí, decenas de nuevas viviendas de dos plantas con grandes ventanales y enormes patios que esperan convertirse en amplios jardines, se abren paso frente a jacales de palma, chozas desvencijadas y hornos de adobe que se caen ante el abandono. Es el famoso barrio Nikam Lam que al igual que el barrio Buenos Aires presume viviendas “tipo gringo”, como dicen en San Dionisio del Mar.


1 comentario:

  1. somos gente acostumbrada a vivir con poco, tenemos el mar enfrente y allí está el sustento y con organización y bastante voluntad los hombres unidos habrá que buscar embarcaciones apropiadas para arar en el mar y no abandonar la región que es nuestro único patrimonio. el mar al igual que el campo es duro, pero da de comer. claro que hay que invertir en capacitación en ciencias del mar y en la construcción de naves seguras para explotar los recursos con racionalidad y seguridad. la organización es importante y evitar pleitos que en nada nos benefician y juntos buscar el camino que mejor convenga a la comunidad.

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