jueves, 10 de julio de 2014

Descarrila otra vez La Bestia

Alberto López Morales
     JUCHITÁN, Oax.- Frente a la puerta de urgencias del hospital civil de esta ciudad, la pequeña Valeria, de unos cuatro años de edad, sostiene con fuerza en la mano derecha una muñeca y mira con una expresión inquietante en espera de que alguien le diga por qué su madre, Ángela, ingresó al nosocomio.
     Valeria y sus padres, Ángela e Isaac, son de El Salvador. Abordaron La Bestia que salió de Arriaga, Chiapas, a las siete de la noche del martes. A las seis y media del jueves, la locomotora 1885 que jalaba a La Bestia, perdió una rueda. El riel estaba cortado. Ángela sufrió una crisis nerviosa y fue trasladada al hospital civil “Macedonio Benítez Fuentes”, de esta ciudad zapoteca.
     A diferencia de la pequeña Valeria, decenas de niños y niños convirtieron esa parada forzosa de La Bestia en algo parecido a un día de campo, ajenos a la tragedia que estuvieron a punto de vivir en el kilómetro 67 del tramo ferroviario de Arriaga a Ciudad Ixtepec, donde “por fortuna”, diría el salvadoreño Juan de Dios, “el tren solo se paró de golpe y no se volcó”.
     En el paraje cercano a la comunidad de Las Palmas, perteneciente al municipio de San Francisco Ixhuatán, corre un río donde los niños y las niñas, bajo el cuidado de sus madres, le dijeron adiós al calor del medio día. Como si vivieran unas vacaciones, distantes a cualquier preocupación por los riesgos del viaje sobre La Bestia, los menores dieron rienda suelta a su alegría.      
     De acuerdo con el reporte del Grupo Beta, sobre el lomo de La Bestia compuesta por unos 25 vagones, viajaban cerca de mil 200 migrantes, entre guatemaltecos, salvadoreños y hondureños quedaron varados desde las seis y media de la mañana hasta las cinco y media de la tarde del jueves en Las Palmas.
     Personal técnico del Ferrocarril del Istmo (FIT), auxilió al maquinista Eddy Ruiz. Los ferrocarrileros trajeron desde Arriaga una pieza de acero llamada encarrilador, semejante a las fauces de un enorme tiburón. Así lograron subir al tren a las vías, después que repararon el riel dañado. La Bestia pitó, echó humo e inició su lento y pesado recorrido.
     “La verdad yo iba dormido. No me di cuenta. Solo sentí el jalón”, dijo Juan de Dios, un salvadoreño como de 40 años de edad que corría afanoso entre una vereda para alcanzar a un grupo de unas 15 niñas menores de 10 años de edad, que llevaban la delantera para esperar a La Bestia que paró para que todos los migrantes subieran.
     Antes de subir al tren la salvadoreña María comentó que salió de su país desde hace ocho días, para proteger a sus cinco hijas “de la violencia”. La mayor de 18 años, cuidaba a la menor de nueve años. “Salimos de nuestro pueblo Cara Sucia Agua Chapán para huir de la violencia porque allá los maras, las pandillas roban y matan a las mujeres. Salimos pidiéndole a Dios que nos regale otro día de vida y que lleguemos bien a Estados Unidos”, confesó la señora María.
     En el paraje para llegar a Las Palmas, también llegó el cónsul de Guatemala en Arriaga, Chiapas, Mario René González Bolaños. Llegó con una camioneta cargada con más de 20 garrafones de 20 litros de agua y cientos de bolsas que los migrantes llenaron y subieron al tren.
     “El flujo de migrantes menores es preocupante”, admitió el diplomático, quien dijo que los guatemaltecos, a diferencia de los salvadoreños y hondureños que huyen de la violencia, van a Estados Unidos por la “reunificación familiar y para ganar algo más de dinero”.
     Acompañados de sus madres, entre 150 o 200 menores de edad, algunos de meses de nacidos, iban sobre el lomo de La Bestia que con lentitud emprendió el viaje hacia Ciudad Ixtepec en punto de las cinco de la tarde con 20 minutos. “Llegarán a la media noche”, comentó un integrante del equipo técnico del Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec (FIT), que ayudó a encarrilar al tren.
     Mientras tanto, en el hospital civil de esta ciudad, los médicos daban de alta a la salvadoreña Ángela, una enfermera titulada que abandonó su país por la violencia, acompañada de su esposo Isaac, un trabajador de la locución que optó por sustraer a su pequeña Valeria, de la violencia. “Teníamos trabajo, pero por la violencia dejamos todo. Solo le pido a Dios que nos acompañe”, dijo antes de ser auxiliada por personal del Grupo Beta, que los llevó al albergue “Hermanos en el Camino”, de Ixtepec.

   

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